En 1609 Galileo Galilei miró por primera vez al cielo con un telescopio. Seguramente se impresionó. De pequeña, sin telescopio, miraba las estrellas y soñaba. Me encantaba llevar hilos imaginarios y unir unas con otras para inventar formas. Mi padre me explicaba algunas constelaciones. Recuerdo la Osa Mayor y la Menor. Entusiasmada le escuchaba la historia de Callisto, Zeus y su hijo Arcas. Me explicó que la Estrella Polar sirve para orientarnos.

Aún ahora, con bastantes más años, sigo mirando al cielo y en las noches estrelladas me asombro. ¿Qué misterios esconde tanta belleza?.

Ayla, protagonista de Los Hijos de la Tierra, de Jean M. Auel, en la novela El Valle de los Caballos, se pasaba las tardes fuera, en el saliente, observando la caída del Sol detrás del confín de la Tierra con apenas una niebla de polvo brillando con tonos rojizos, en vez de una gloriosa exhibición de color sobre nubes cargadas de agua.

Autor: Ángela Esther Moreno Garrote